Crítica de 'La mujer del animal': el aterrador retrato de la violencia contra la mujer



'La mujer del animal' es dura, durísima de ver. Muchos no han querido verla, porque se declaran cansados de ver tanta realidad reflejada en el cine. Otros, en cambio, creemos que el cine no es culpable de nada, que el problema es de la realidad misma y no de quiénes la cuentan y, por lo tanto, vale la pena apreciar la obra de un director como Víctor Gaviria, que hace el cine que quiere hacer y cuenta las historias que quiere contar. Un cine honesto y muy a su estilo: realista y sin tapujos.

La historia es escabrosa: en un barrio muy pobre de las laderas, una joven llamada Amparo (que acaba de escaparse de un convento) es raptada por Libardo, apodado el Animal. La muchacha no tiene escapatoria y de ahí en adelante su vida es un completo calvario. Con el ojo morado, la cicatriz en la cara y el silencio del resto, Amparo termina convertida en 'La mujer del animal'.

Estamos en la Medellín de 1975. No es todavía la ciudad de carteles, drogas y sicarios que nos muestran las películas anteriores de Gaviria: 'Rodrigo D: No futuro (1990)',  'La vendedora de rosas' (1998) y 'Sumas y restas' (2005), pero ya es una ciudad de gente muy violenta y más que eso, diría yo, enferma mentalmente. ¿No es acaso el Animal un sociópata? ¿No será que en lugar de ira, actúa por locura? Su condición mental es un asunto pendiente, pero Libardo, en cualquier caso, es un tipo muy peligroso.



Uno como espectador sale de la sala de cine conmocionado y asqueado después de soportar dos horas de continuos insultos (podría ser la película con más "perra", "malparida" e "hijueputa" por minuto), golpes, amenazas y peleas donde las mayores víctimas son las mujeres, sobre todo Amparo. Pero duele más que nadie haga nada por ella. Algunos son cómplices y casi todos tienen miedo. Hablamos de violencia sexual y de género, inmersa en un contexto de pobreza, miedo e indiferencia social que solo puede producir pena y vergüenza. Y como la película está tan bien contada, los sentimientos que genera son auténticos y desgarradores.

Al igual que Amparo, los espectadores tampoco podemos escapar del Animal. Con su porte de macho dominante y líder de la manada, nos mantiene atados a su mirada furiosa, a su sonrisa siniestra y a su inconfundible acento paisa. Cabe destacar aquí el acertado 'casting' de la película, no solo con un Animal que encaja perfectamente en el prototipo del monstruo, sino también con el conjunto de actrices que asume sus roles con sorprendente vitalidad. Gaviria demuestra una vez más sus habilidades en la dirección de actores.



Los demás aspectos cinematógraficos están en su punto: la fotografía, la musicalización, el maquillaje, los efectos sonoros. Salvo la escena donde se nota el truco del muñeco en lugar de un bebé real, se aplaude la cuidadosa producción para que todo se note realista, fiel a la época y a la idiosincrasia paisa. Y es que nos parecemos tanto a esa gente que vemos en pantalla (su modo de hablar, lo que comen, la música que escuchan, etc.) que nos horroriza todavía más.

Gaviria consigue estremecernos con una historia basada en hechos reales, donde es clara la denuncia de la violencia sexual y machista que todavía es un asunto pendiente en nuestra sociedad. Voltear la mirada para otro lado no impedirá que sigan existiendo mujeres humilladas como Amparo. Aquí el llamado es a que no haya ni una más. En cambio, películas sobre estos temas, todas la que quiera.

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