Crítica de 'Depredador': cuando uno solo ya no es suficiente


Corría el año 1987 y un aguerrido Arnold Schwarzenegger, después de perder a sus compañeros soldados, luchaba solitario en la selva centroamericana contra un cazador alienígena coleccionista de cráneos que no sabíamos a qué había venido a la Tierra.

Simplemente mataba por placer y detrás de su casco se escondía un mostruoso rostro con dientes afilados. Con eso era suficiente para temerle.

Año 2018. Después de múltiples venidas a la Tierra y desafortunados encuentros cinematográficos con Alien (todavía hoy suena a chiste Alien vs Depredador), llega una nueva entrega de 'Depredador'.

Esta vez con una trama más compleja y cargada de explicaciones: que no es un solo depredador, que son varios; que hay depredadores buenos y malos; que ahora son más fuertes, inteligentes y mortales porque se han mejorado genéticamente con el ADN de otras especies... etc.

Se toma demasiado en serio, sobre todo al principio, pero se torna frívola a medida que lo inverosímil se apodera del espectáculo visual. Personajes que aparecen y desaparecen de manera gratuita es solo un ejemplo de este carnaval de escenas de acción en que se convierte todo.

No faltan los clichés: el niño autista en quien recae el peso de la historia y la salvación misma de la humanidad, o el rebelde y guapo francotirador que reflexiona si es un soldado o un asesino y termina justificándose con razones patrioteras. Lo típico entre los héroes de Hollywood.

Se le abona la ironía (como cuando aclaran que no son depredadores sino cazadores porque no se comen a sus víctimas) y el buen humor que transmite la parranda de locos que acompañan a los protagonistas en la lucha contra los depredadores.

Pero queda la sensación de que esta película es solo entretenimiento de consumo rápido y el abrebocas de una invasión de disparatadas secuelas de depredadores, que ya no solo se conformarán con asesinar soldados en la espesura de la selva y, en cambio, se tomarán el planeta entero.

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